MI
RELACIÓN CON LA TUNA
EN CUATRO TIEMPOS
Belén
Sáez Vera
1.
El coscorrón y el flechazo
Mi primer contacto con
la tuna, allá en los años mozos, fue más bien agridulce.
Agri:
por el golpe que me di.
Dulce: porque aquello me
gustó muchísimo.
Paso a contaros.
Era verano. La Tuna
venía a rondar a mi hermana y sus amigas. Nadie me había dado
vela en ese entierro porque yo solo tenía trece años, y estaba
dormida. No tan dormida. De pronto, me despertaron alegres
músicas y canciones rompiendo la noche. ¡Claro! Me levanté como
un cohete en aquella casa antigua con camas antiguas que, en vez
de tener cuatro esquinitas
tiene mi cama – cuatro angelitos me la guardan,
tenían cuatro columnas en las cuatro
esquinitas.
Desorientada y a
oscuras, me estampané contra una
columna y todas las estrellas del universo mundo se colaron en
mi cuarto. Cuando por fin conseguí llegar al balcón, el
espectáculo me fascinó tanto que me enamoré de todos los tunos;
evidentemente fue un amor no correspondido pues yo era una
adolescente desmañada y, encima, con un gran chichón en la
frente.
2.
El tiempo didáctico
Vallisoletana,
sal a tu balcón, sal a tu balcón
que
te estoy rondando
Había dejado atrás la
adolescencia y había llegado el tiempo del coqueteo y la ronda.
Ahora me rondaban a mí y esto era tremendamente importante.
Más tarde, me fui a
Francia para dar clases de español en un colegio. Yo tenía el
convencimiento de que La Tuna era algo tan nuestro como los
toros y las sevillanas por lo que preparé unas lecciones sobre
el tema, intercalando audiciones con los discos que me había
llevado de España ¡Amigo! Destroné a la
Piaf, a Aznavour, a
Gilbert Becaud….
Por los patios de aquel brumoso Institut
de Saint Dominique solo se oía:
Triste y sola, sola se queda Fonseca
Clavelitos, clavelitos, clavelitos de mi corazón
Etc,
etc, etc.
Aquello gustaba a mis
alumnas mucho más que D. Quijote o las rimas de Bécquer. Me
volví tan popular que me llovieron las clases particulares; así,
no tenía ni un minuto libre, pero con los francos que gané me
fui a Italia de vacaciones.
Puede muy bien decirse
que me “parcheé” un viaje y que aquellas gloriosas vacaciones se
las debo a La Tuna.
3. El
período de producción
A simple vista parece
que este tiempo no tiene nada que ver con La Tuna. Pero sí, ya
lo veréis.
Me había casado con un
cantante; no era un cantante de profesión, aunque sí de
devoción, y cantaba muy bien.
Empezaron a nacer
alternativamente niños y niñas mientras nos hacíamos con amigos
también alegres y también cantantes; cuando no discutíamos sobre
lo divino y lo humano, cantábamos hasta la salida del sol.
En casa, en el coche, en
las excursiones, sonaban continuamente los Panchos, los
Chalchaleros, Mercedes Sosa,
Jarcha, Gauchos 4, María Dolores
Pradera, Cafrune, los de
Palacagüina…. Y muchos más.
Los niños son como
esponjas absorbiendo todo lo que les rodea, y así fue como
aquellos niños absorbieron la música y la alegría de vivir.
Fueron creciendo cada año un poquito hasta que un día me di
cuenta de que había parido a cuatro tunos: Patán,
Yogurín, Piojoso y Último ¡Quién me
lo iba a decir a mí aquel día en que vi
las estrellas!
4.
La tormenta y el arco iris
Patán, con esa pasión
que pone en todo lo que le gusta hacer, se entregó tanto a La
Tuna que consiguió abrir en casa la caja de los truenos:
-
¿Y
los libros?
-
¿Y
los exámenes?
-
¿Qué horas son estas de llegar?
-
¿Qué va a ser de ti el día de mañana?
………………………………………………….
Era el mayor. Era el
rebelde. Necesitaba romper el cordón umbilical.
Mi larga y amorosa
relación con esa peculiar agrupación estudiantil llamada Tuna
estuvo a punto de hacerse añicos. Creo que hasta la odié.
Había tormenta.
Pero no creáis que a
Yogurín, Piojoso y Último les
asustaron los truenos. Sabedores ellos de que después de la
lluvia suele salir el sol, se fueron apuntando a La Tuna con
aparente timidez y mucha mano izquierda: el traje se lo
compraban con sus ahorros, los escudos se los cosían ellos
mismos, salían de puntillas sin hacer mucho ruido….
Mientras tanto, su padre
y yo cuchicheábamos en secreto:
-
Pues son buenos chicos.
-
Parece que algo estudian.
-
Al
fin y al cabo, los tunos tienen su código de conducta.
-
Al
fin y al cabo, mientras tocan la guitarra no hacen otras cosas.
-
Y
sobre todo ¡Qué gusto da oírles cantar!
Estaba saliendo el sol.
Cuando yo les veía marchar por el pasillo de casa con sus capas
al viento y sus cintas multicolores como un arco iris en
desorden, sentía muy dentro un puntito de orgullo, y me daban
ganas de gritar:
¡Aúpa Tuna!
Dalila
– Pancho – Koldo – Gominolo –
Pernales – Patata – Mortadelo – Ojete
– Castrovita – Tácito – Basurillas –
Lekio - Comadreja – y todos los
tunos que resulta imposible enumerar; estas apresuradas líneas
no van solo dedicadas a mis hijos, sino a todos vosotros.
Insisto:
¡Aúpa Tuna!
Valladolid, 16 de enero
de 2002.
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